Un caso más

LA DIMISIÓN es, con escasa frecuencia, un modo de resolver la postura incómoda de un político que se vio inmerso en un caso de corrupción extrema: tanto, que no la pudo combatir dando una marcha atrás. El destino de los gobernados es verse como objeto paciente (?) de sinvergüenzas. Estos no son a veces ni siquiera políticos vocacionales, sino gestores que pasaban por allí y vieron un cajón abierto. Ahora hay un caso en Andalucía. Quien dimite debió hacerlo hace tiempo ante la imposibilidad de echar a patadas a un hatajo de ladrones: en todas las escalas del poder, de arriba abajo. Acabar con aquello se escapó de sus manos o no cabía en ellas; a veces, la corrupción llegaba desde arriba. Tal es su poder, que cambia los colores, la luz, las horas... Hace naturales los comportamientos más desalmados; los hace hasta caritativos e igualadores... La corrupción se impone como una reina blanca... ¿No habré oído reproches yo sobre mi marginación y mi desdén por la política, en lugar de ejercerla, pues se me ve dotado? La razón es muy sencilla: el solapamiento y la certeza de la corrupción que en ella actúa. Ojalá se remedie.